Barreras y desigualdades a la hora de acceder a las vocaciones tecnológicas y STEM
La ciencia y la tecnología ganan con la diversidad. La exclusión de las mujeres, especialmente las racializadas, de las áreas STEM supone una pérdida de perspectivas esenciales.

Zinthia Álvarez Palomino
Periodista, activista antirracista e investigadora militante
ParticipaTIC 2025
La historia nos presenta un panorama en el que las voces y contribuciones de las mujeres en áreas como la tecnología y STEM, especialmente las mujeres no blancas, han sido relegadas a un segundo plano. Esto nos ofrece una historia narrada principalmente por hombres, hombres blancos y mayoritariamente de origen europeo. Este sesgo no responde a una falta de interés de las mujeres en el pensamiento o en la construcción del mundo; simplemente refleja una de las múltiples formas de violencia social y epistémica hacia la mujer, y especialmente hacia la mujer no blanca, su intelectualidad y su forma de pensar el mundo. No solo se les ha excluido históricamente de los ámbitos de la educación y la política, sino que también se ha contribuido a la formación de una subjetividad de inferioridad.
En este marco, nos encontramos con una sociedad que lleva años asociando la veracidad, la capacidad intelectual y el conocimiento científico y tecnológico a la figura del hombre blanco occidental. Esto excluye del reconocimiento y el poder asociados no solo a mujeres blancas, sino especialmente a mujeres no blancas, que ven en las carreras tecnológicas y STEM una nueva manifestación del racismo sistémico que históricamente las ha relegado a espacios invisibles o subrepresentados.
En el informe "Brecha digital de género: Edición 2025 - Datos 2024", elaborado por el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad, se recoge que solo el 19,5 % de las personas trabajadoras especialistas en TIC son mujeres. Esta cifra revela una brecha de más del 80 % en comparación con sus pares masculinos.
Esto recuerda que el modelo dominante de científico sigue siendo, en la actualidad, el de un hombre blanco, masculino, racional y occidental, aunque ha sido duramente criticado por autoras como Donna Haraway (1988), quien, a través de su reflexión sobre el concepto de "conocimiento situado", desafió la idea de objetividad universal y analizó cómo la ciencia moderna ha sido construida desde un lugar de poder patriarcal, blanco y colonial, excluyendo otras formas de conocimiento.
Interseccionalidad
A través del concepto de interseccionalidad, acuñado por Kimberlé Crenshaw (1989) y desarrollado por pensadoras como Lélia Gonzalez, podemos comprender cómo las mujeres racializadas enfrentan múltiples formas de discriminación de forma simultánea. En los ámbitos tecnológicos y STEM, esto se traduce en un acceso desigual a la educación, discriminación institucional, precariedad laboral y escasa representación en espacios de decisión.
Desde el feminismo negro, la interseccionalidad se integra como un marco imprescindible para analizar cómo raza, género, clase y otros factores interactúan en la configuración de las opresiones, como la subrepresentación de las mujeres no blancas en áreas tecnológicas.
Género, clase y raza atraviesan de forma directa la vida de las mujeres no blancas. Por eso, cuestionar el sistema heteropatriarcal implica repensar estas dimensiones y visibilizar que cualquier lucha por la igualdad entre hombres y mujeres debe incorporarlas. El feminismo negro siempre ha señalado que la opresión es estructural. Lo demuestra el hecho de que la pobreza recae, en su mayoría, sobre los cuerpos racializados. La lucha incluye también la lucha contra la desigualdad de género porque, en una pirámide social encabezada por el hombre blanco, las mujeres racializadas están en la base.
Como bien señala Djamila Ribeiro, no solo ocupan la posición del “otro”, sino la del “otro del otro”: no son leídas como hombres blancos, pero tampoco como mujeres blancas. Esto las relega al último escalón de la jerarquía social, recordándoles la imposibilidad de habitar la categoría de mujer blanca. Aunque también oprimida, esta posición se encuentra por encima de las mujeres no blancas y, en la práctica, reproduce desigualdades.
Factores como clase social, etnia y lugar de origen han condicionado históricamente las posibilidades de acceso de las mujeres no blancas, provocando su escasa presencia en campos tecnológicos. Por ello, la interseccionalidad resulta una herramienta analítica esencial.
La exclusión de las mujeres del conocimiento científico no es accidental. Como advierte Londa Schiebinger (1999), desde el Renacimiento hasta la institucionalización de la ciencia moderna, los espacios de saber fueron diseñados como masculinos y excluyentes. Incluso cuando las mujeres lograban entrar, sus aportaciones eran frecuentemente invisibilizadas, minimizadas o apropiadas.
Es el caso de Alice Augusta Ball, química prodigiosa que desarrolló el primer tratamiento eficaz contra la lepra. Su investigación, basada en el aislamiento de compuestos del aceite de chaulmoogra, le costó la vida al inhalar cloro gaseoso. Murió en 1916, a los 24 años, sin haber podido publicar sus resultados. Su trabajo fue continuado por Arthur Dean, quien se apropió del descubrimiento, bautizándolo como Método Dean.
Este caso no es aislado. Desde la infancia, los estereotipos de género condicionan la socialización. Estudios como los de Elizabeth Spelke (2005) demuestran que no existen diferencias cognitivas en matemáticas entre niños y niñas, pero sí influencias sociales que modelan sus elecciones académicas. Juegos, cuentos, dibujos animados y el propio currículo escolar reproducen una división: lo técnico para ellos, lo social y humanístico y relacionado con los cuidados para ellas.
La invisibilidad de las mujeres en la ciencia refuerza la idea de que este conocimiento les es ajeno. Por eso, iniciativas como Women in Science (UNESCO), Mujeres negras que cambiaron el mundo (España) o el libro Inferior de Angela Saini (2017), resultan fundamentales. Casos como los de Betty Wright Harris, Christine Concile Mann Darde y Gladis W. Royal, demuestran cómo el talento de mujeres negras fue sistemáticamente omitido por la historia oficial.
El fenómeno del leaky pipeline, documentado por Blickenstaff (2005) y la Comisión Europea (2020), describe cómo las mujeres abandonan progresivamente las trayectorias STEM. Aunque el ingreso a estas carreras puede ser paritario, su presencia disminuye en doctorados, investigación, liderazgo académico y empresarial. Entre las causas: sexismo, falta de conciliación, acoso, ausencia de redes de apoyo y una cultura institucional excluyente que afecta de diversas maneras según el contexto, origen y clase social de las personas.
Quienes logran insertarse en estos sectores enfrentan desigualdades: escasas oportunidades de ascenso, falta de reconocimiento y violencia simbólica. El informe She Figures (2021) evidencia la persistencia de la brecha salarial y de liderazgo. Para las mujeres racializadas, se suman el racismo laboral, la estigmatización y las agresiones cotidianas, que afectan su bienestar emocional y la permanencia.
Superar estas desigualdades requiere voluntad política, un enfoque interseccional y acciones sostenidas. Son fundamentales la educación con perspectiva interseccional, formación docente en igualdad y la incorporación de referentes diversos en los currículos.
Programas como Girls Who Code (EE.UU.), Black Girls Code (EE.UU.), Stem Talent Girl (España) y Mujeres negras que cambiaron el mundo permiten a niñas y jóvenes imaginarse en espacios históricamente negados. Estas iniciativas, impulsadas por la sociedad civil o el ámbito educativo, empoderan y amplían horizontes.
La masculinización del conocimiento no es neutra: es una construcción política que persiste. Desarticularla exige revisar imaginarios, estructuras institucionales y formas de producir saber. La exclusión de las mujeres, especialmente racializadas, de las áreas STEM implica perder voces, experiencias y formas diversas de entender el mundo.
Esto afecta no solo la representación femenina en sectores de alto reconocimiento social e intelectual, sino también la percepción colectiva sobre quién puede formar parte del conocimiento científico. Como afirman Sandra Harding (1986) y Donna Haraway (1988), una ciencia inclusiva no es solo una cuestión de justicia, sino de calidad y riqueza epistemológica. Solo cuando todas las voces están presentes, la ciencia puede aspirar a comprender y transformar el mundo en toda su complejidad.

Referencias bibliográficas
- Observatori Nacional de Tecnologia i Societat (ONTSI) (2025). Brecha digital de género: Edición 2025 – Datos 2024 [informe]. Ministeri per a la Transformació Digital i de la Funció Pública.
- Criado Perez, C. (2019). Mulheres invisíveis: Como os dados configuram um mundo feito para os homens (T. M. da Silva, trad.). Companhia das Letras. (Obra original publicada en anglès el 2019 com a Invisible Women.)
- Lima, L. (2021). «Pensar o género a partir dos jogos digitais». A: Rocha, A. S. i Lima, G. S. (ed.). Pensar o género a partir dos jogos digitais. Books Are Not Dead, p. 66 - 71
- Ribeiro, D. (2017). ¿Quién le teme al feminismo negro? Ediciones Antipersona
- Blickenstaff, J. C. (2005). «Women and science careers: Leaky pipeline or gender filter?», Gender and Education, 17(4), p. 369-386.
- Crenshaw, K. (1989). «Demarginalizing the intersection of race and sex: A Black feminist critique of antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politics»,University of Chicago Legal Forum, p. 139-167.
- Gonzalez, L. (1988). «Racismo e sexismo na cultura brasileira», Ciências Sociais Hoje, 2(1), p. 223-244
- Harding, S. (1986). The science question in feminism. Cornell University Press
- Schiebinger, L. (1999). Has feminism changed science? Harvard University Press